La Falacia Ontológica de la Esperanza
Infiltrado en la visión existencial de Rust Cohle, explorando la ilusión moderna de la esperanza y cómo el acto de esperar puede convertirse en una trampa ontológica: un autoengaño que nos aleja de la acción, del presente y de la autenticidad del ser.
Pues la esperanza se convierte en la forma refinada de huir.
Una huida disfrazada de fe, de optimismo, un aplazamiento constante de la vida bajo la promesa ilusoria de un mañana que nunca llega. El humano que espera no vive por que se acostumbró a la postergación de sus actos.
Y en esa postergación, sacrifica el único territorio que realmente le pertenece —el presente— en nombre de una posibilidad abstracta que no tiene dueño.
Esperar es, en esencia, una negación de nosotros mismos.
Una suspensión voluntaria del movimiento, una forma de exilio interior donde la acción se sustituye por el innecesario anhelo.
El que espera se aferra a la idea de que algo —o alguien— vendrá a salvarlo.
Pero esa idea es el mecanismo más antiguo de la servidumbre humana.
La esperanza, cuando se convierte en refugio, se transforma en una falacia ontológica: una mentira sobre la existencia misma. Se le atribuye al tiempo un poder que no posee, como si el devenir y su futuro fuesen agentes morales capaces de redimir el sufrimiento.
Pero el tiempo no cura; solo transforma la forma del dolor. Nos autoengañamos con frases palomiteras de que "El tiempo lo cura todo", dejando de lado el valor de las decisiones.
El universo no concede compensaciones por la paciencia, ni repara injusticias por el simple hecho de haberlas soportado. Al universo le somos indiferentes pero seguimos creyendo que, por tener conciencia e interpretar el mundo a nuestro antojo con nuestros frágiles sentidos, miramos al cielo y creemos que somos especiales y nos arrodillamos, dando gracias por vivir.
El problema no es la desesperanza, sino la ilusión de que la esperanza tiene sentido.
La esperanza adormece el juicio, debilita la voluntad, y convierte la existencia en un largo paréntesis entre lo que fue y lo que “podría ser”.
El acto filosófico más radical no es esperar, sino aceptar: aceptar la falta de garantías, la indiferencia del mundo, la desnudez del presente.
Solo desde ahí el ser humano puede actuar con autenticidad, sin pedirle al futuro que le devuelva lo que ya perdió.
La falacia de esperar no está en el tiempo, sino en nosotros, en esa obstinación infantil por creer que la vida nos debe algo.
Pero la vida no debe.
La vida simplemente es y continúa-
Y el que espera su redención… se condena a sí mismo.