¿Despertar en una sociedad dormida?
¿Se puede estar despierto en una sociedad que se aletarga lentamente, cayendo en un sueño placentero y profundo, embriagado unicamente de lo que necesita padecer?
Últimamente he escuchado a muchos decir que hay momentos en que mirar alrededor se siente como observar un sueño ajeno. Repetir frases sin pensarlas, consumir contenido sin preguntarse, vivir en piloto automático absorbido en un hedonismo crónico convirtiendo el ocio como primera necesidad. Así es como surge la pregunta: ¿Se puede estar despierto en una sociedad dormida?
Difícilmente haya una respuesta cómoda, o por lo menos sensata dentro de nuestro ámbito y forma de vivir actual. Forma urgente y sin respiro. Ni mucho menos tiene una respuesta única estando bajo la misma idea fugaz de nuestra manera de vivir moderna.
El sueño colectivo - automatismo y alienación:
Me convenzo cada vez de que nosotros, la sociedad contemporánea, está siendo diseñada para la repetición. Horarios, rutinas, algoritmos, discursos, redes, fatiga virtual. Desde la filosofía marxista, esto se llama alienación: el individuo se separa de sí mismo, de su trabajo, de su deseo, y se convierte en engranaje.
Pero no es la única mirada. Desde el existencialismo, pensadores como Sartre y Camus hablaron de la “náusea” y el “absurdo” como síntomas de una vida vivida sin conciencia. Estar dormido, en este sentido, es vivir sin elegir, sin hacerse cargo de la propia libertad.
La filosofía budista, por otro lado, ve el automatismo como una forma de sufrimiento: la mente atrapada en patrones reactivos, sin presencia. El despertar en esta forma de ver la vida es cultivar atención plena, compasión, desapego.
Incluso desde la filosofía posmoderna, autores como Baudrillard y Foucault advierten que vivimos en simulacros, en sistemas de control disfrazados de libertad. Estar despierto implica ver las estructuras invisibles que nos moldean.
Desde el pensamiento crítico, la mente mortecina no es solo no pensar, es no cuestionar, es aceptar lo dado como natural, es vivir sin preguntarse el por qué.
Películas como Matrix lo ilustran con brutal claridad: la realidad es una simulación, y despertar implica dolor, ruptura, exilio. They Live lo hace con gafas que revelan los mensajes ocultos del poder. Mr. Robot lo lleva al terreno psicológico: despertar es enfrentarse a uno mismo.
Pero, ¿Se puede despertar?:
Estar despierto de por sí crea la incomodidad al ver o analizar lo que otros no quieren ver, sentir lo que otros evitan, pensar más allá de algoritmo virtual. Y esa incomodidad puede intuirse por el miedo a salir del rebaño y que el rebaño te juzgue
Estar despierto no logra ser un estado permanente, al menos difícil con la cantidad de estímulos que necesitamos para llegar a casa y decir "hoy tuve un buen día". Es por ello que la lucidez se convierte en una grieta, en un temblor, en una interrupción en la narrativa de la comodidad del día a día.
Despertar, para mí, viene siendo el advertir que el lenguaje que usamos no siempre es nuestro. Que los deseos que perseguimos quizás fueron sembrados por otros. Que el algoritmo no solo predice lo que queremos, sino que moldea lo que creemos querer. Y eso, muchas veces, duele. Dolor que se convierte en ansiedad y muchas veces, sin darnos cuenta, en depresión.
Duele ver la violencia normalizada. Duele reconocer la injusticia estructural. Duele aceptar que hemos sido cómplices del sistema que nos agota. Duele mirar el cuerpo y notar que también él fue programado para rendir, producir y obedecer.
La ansiedad de no encajar, la rabia de no poder cambiarlo todo, la tristeza de ver cómo el mundo sigue girando aunque uno quiera ir hacia el otro lado. No, el mundo no se va a detener. Mejor dicho, el mundo ya no se detuvo.
¿Y cuál es nuestra mayor descarga de energía? Esperar con ansias, durante todo un año para tener las preciadas vacaciones y "arrancarse". Arrancarse entre comillas, por que el teléfono, como una nueva extensión de nuestro cuerpo, se convierte en un apéndice el cual espero que conceptualmente pueda ser extirpado -mentiras Diego, mentiras-. El bebé nace con un teléfono y lo celebramos y aplaudimos cuando presiona un botón -no Diego, probablemente no haya vuelta atrás-.
Pero también —nota en esto— despertar libera.
Porque el pensamiento crítico no debe ser visto solo como destruir ilusiones o aceptar una vida sin enmienda, pues también abre nuevos caminos. Nos permite elegir qué queremos conservar, qué queremos transformar, qué queremos imaginar. Despertar debe ser visto como resistencia. Es elegir. Es crear.
Ser conciente debe ser tomado hoy como un acto subversivo.
Entonces ¿Podemos cultivar la vigilia?
Dudar de lo obvio: Cada vez que algo parezca “natural”, pregúntate quién lo dijo, quién se beneficia, qué otra forma podría ser y qué alternativa podría existir. Porque lo “natural” muchas veces es lo normado. Lo que se repite sin pensar. Lo que se instala como sentido común para evitar el pensamiento crítico. Cultivar la vigilia es desarmar el lenguaje heredado, cuestionar las estructuras invisibles, y permitir que la duda sea semilla, no amenaza. La filosofía comienza ahí: en la incomodidad de no aceptar lo dado. En la valentía de preguntar aunque no haya respuesta, pues eso te llevará a nuevas preguntas, y no temer a que el rebaño te apunte con sus uñas desgastadas.
Escuchar el cuerpo: El automatismo empieza por ignorar el cuerpo. El insomnio, el estrés, la fatiga son señales que captan al cuerpo. También lo son el temblor, el deseo, el dolor, el silencio interno. El cuerpo no debe ser visto solo como un vehículo sin freno: es historia, es señal, es resistencia. Escuchar el cuerpo es una forma de tomar el control. El cuerpo sabe antes que la mente, y me atrevería a decir que siempre es así. Y en una sociedad que exige rendimiento, productividad y velocidad, detenerse a sentir se convierte en un acto radical. Asumiré esa exageración.
Leer, ver, pensar: la cultura crítica (filosofía, cine, literatura) hace mucho tiempo dejó de ser un lujo. Tómalo como herramienta y rompe el molde. Rompe el molde y vuelve a construirlo. Leer pero no para acumular citas y alardear por las redes que Dostoevsky, Herman Hesse, Schopenahuer o Bukowski. Úsalo para abrirte entre esas grietas resecas de cinismo. Para dejar de consumir solo imágenes o post en Instagram. Aprender a mirar, a no repetir ideas. Arriesgarse a perder certezas, arriesgarse a equivocarte. La vigilia se cultiva en el cruce entre lo que nos conmueve y lo que nos incomoda. Ahí, en ese cruce, el arte y el pensamiento se vuelven aliados.
Y, definitavemente, desconectarse. Apagar y escuchar pues el ruido constante anestesia y el silencio se vuelve revelador.
Mi vigilia la he intentado llevar por ese lugar y en el camino he recogido pedazo por pedazo desde que mi cuerpo se destruyó, quebró y quemó. He recogido pedazo por pedazo y me he estado armando. Reconstruyendo mis emociones y reencantándome con el creciemiento de un brote en el asfalto. He decidido dejar de escapar y convertir el viaje como modo de vida. Esa es mi vigilia.
Dejemos que los políticos y los mártires virtuales quieran tomar el mundo y transformarlo, todos ellos siempre estan apostando en el límite de la caducidad. ¿Y tú? despierta, tú se tu propia guía, no el héroe, no el mártir. Solo camina distinto. Mira más lento. Escucha lo que no tiene sonido. Y a veces, apaga el ruido que solo vez y oyes. Así comenzamos a entender que no todo tiene algo que decir y que no todo merece una respuesta, si no que merece ser cuestionado.