De Cristian - Identidad después de una lesión medular
La identidad después de una lesión medular
¿Quién soy cuando ya no soy quien era?
Una pregunta de gran importancia que surgió en una conversación con Cristian, un conocido con lesión medular a nivel T8, casado y padre de una hija y un hijo, posterior al accidente. Él es una persona que lleva más de 20 años desde aquel evento, atravesando miles de vaivenes en el proceso. Me comentó algo muy particular sobre la forma en que decidió enfrentar todo: para él, el cuerpo no cambió, lo que cambió fue el mundo, la forma de habitarlo y quienes lo habitan. Y, desde ahí, nos fuimos a la pregunta: ¿quién soy ahora? ¿Puedo ser quien era?
El yo como construcción y no como esencia
Si ojeamos la filosofía existencialista —la que me ha acompañado antes y después de este proceso—, esta no cree en un “yo” fijo, eterno o predeterminado. Sartre decía que “la existencia precede a la esencia”. No hay un propósito natural o innato; no somos objetos con una función y diseño ya dados. Somos seres libres y responsables de construir nuestro propio significado.
Entonces, cuando el cuerpo cambia, cuando el entorno se derrumba, cuando los vínculos se van o se rompen… ¿qué queda?
Queda la posibilidad de reconstruirse. No como quien vuelve a ser lo que era, sino como quien se atreve a ser algo nuevo: una nueva esencia.
El quiebre como inicio
La lesión medular es un quiebre total de toda la percepción que se tenía de la vida. Pero también, cuando lo miras fijamente, se convierte en reflejo. Algo que me dijo Cristian —y que comparto totalmente— fue:
"El accidente me obligó a mirar lo que había detrás de los roles que ejercía, las rutinas y las máscaras de toda la gente a mi alrededor. Me obligó a preguntarme qué parte de mí era realmente mía, cuánta parte de mí la entregaba a otros y qué parte de mí era prestada por el sistema y por la costumbre, por el deber de tener que hacer tal o cual cosa."
Y en ese vacío —doloroso, sí, pero fértil— fue donde yo también empecé a construir y aprender.
La identidad como obstinación
Albert Camus no ofrecía consuelo fácil. Él hablaba del absurdo como esa tensión inevitable entre el deseo humano de sentido y un universo indiferente. No hay respuestas definitivas ni garantías. Pero hay una posibilidad de reconstrucción que debe ir de la mano con la persistencia. Es la decisión de seguir viviendo, incluso cuando no hay promesa de recompensa.
Camus no pedía que encontráramos sentido. Pedía que lo construyéramos. Que, como el mítico Sísifo, empujáramos la piedra cada día, sabiendo que volverá a caer, pero eligiendo hacerlo despiertos.
La identidad no es una etiqueta que se imprime en documentos ni un rol que se repite en conversaciones. Para mí, se ha convertido en una práctica y una decisión que define la forma de estar en el mundo, incluso cuando el mundo ya no es el mismo. Incluso cuando el dolor aparece sin aviso diariamente.
La identidad no espera ni pide permiso. Grita “Aquí estoy”, tan fuerte como quien se reconoce por primera vez. Como quien se reconstruye sin pedir disculpas.