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Publicado el 23 Oct 2025

Un Mundo Feliz y la Desigualdad

"Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley terminó siendo uno de esos libros que me revolvió la cabeza y que hoy es mi libro de batalla, el que siempre recomiendo. La sensación de aprensión, de recelo interno al sentir que tal vez no estamos tan lejos de ese mundo perfectamente diseñado para que nadie piense demasiado me provoca escalofríos y un poco de temor cada vez que vuelvo a él.

“La felicidad universal mantiene las ruedas girando; la verdad y la belleza no pueden hacerlo.” – Huxley.

Y así empezamos: en una sociedad que está en una cuerda floja entre temerle a la desigualdad o adorarla pero dejando de lado el pensamiento individual que, obviamente, se ve como un error del sistema.
Huxley lo anticipó: cuando se busca la estabilidad por encima de la verdad, se sacrifica al individuo en el altar de la uniformidad. Y es justo ahí donde quiero entrar: cómo la desigualdad, en ambos extremos, se ha convertido en una enfermedad política que ha olvidado su fundamento humano.

1- La ilusión de igualar desde arriba

En el mundo de Huxley, todos nacen predestinados a su lugar social, felices en su rango, dóciles en su propósito. Y eso, paradójicamente, se parece mucho a lo que ocurre cuando la igualdad se impone desde arriba: lo que menos se hace es liberar al individuo, se lo encasilla en una trampa de la que jamás sabrá que está y de la que jamás saldrá si no es por la fuerza o rebeldía.

“La gente es feliz; obtiene lo que desea y nunca desea lo que no puede obtener.” – Huxley.

Esa es la promesa de toda utopía igualitaria: eliminar el deseo, eliminar la diferencia. Pero cuando eso se lleva al terreno político, el resultado ha sido históricamente desastroso.

En la China maoísta, el sueño de la igualdad total terminó en una pesadilla de hambre y represión. Durante el "Gran Salto Adelante" (1958–1962), se intentó eliminar toda diferencia social y productiva; el resultado: una hambruna que costó decenas de millones de vidas y un sistema paralizado por el miedo y la obediencia.
Lo mismo ocurrió en la Unión Soviética: la búsqueda de igualdad absoluta se tradujo en control, censura y burocracia. Todos iguales, sí, pero igual de vigilados, igual de pobres y, sobre todo, igual de silenciosos.

“La civilización no tiene lugar para los individuos extraordinarios.” – Huxley

En otras palabras, el igualitarismo extremo termina creando una nueva élite: la de los que administran y reparten la igualdad. Una especie de aristocracia de los planificadores de carcasas humanas, los que deciden cuánta felicidad te corresponde.

2- La ilusión contraria: liberar hasta desbordar

Si el exceso de igualdad mata la libertad, el exceso de libertad mata el sentido.
La otra cara del problema viene de la derecha económica extrema, que al grito de “libertad individual” ha escondido los hilos para permitir la construcción de imperios corporativos más poderosos que los mismos Estados.

“Las palabras pueden ser como rayos X si las usas correctamente: atraviesan cualquier cosa.” – Huxley

Palabras como “libre mercado”, “competencia” o “eficiencia” suenan bien, es más, hacen bien, hasta que te das cuenta de que en la práctica, la libertad se concentra donde está el capital, apareciendo los justificadores del altruismo que tapan estos motivos.

Durante los años 90, Rusia aplicó la llamada terapia de shock para “liberar la economía” tras la caída soviética. Resultado: una explosión de desigualdad, corrupción y oligarquías. En nombre de la libertad, el individuo se convierto en una pieza descartable. Otra vez.

Y hoy, bajo el hipercorporativismo, el sistema ha logrado algo aún más elegante: convencer al individuo de que es libre mientras lo manipula con precisión quirúrgica. Ya no necesitas un Estado totalitario para controlar la mente: te basta con un algoritmo que te dice qué ver, qué comprar, qué odiar, ¡Jajaja! Hasta qué desear.

“Un pueblo que ama su servidumbre será más fácil de gobernar” – Huxley.

La derecha creó su propia versión del soma: el consumo, la deuda, la promesa del éxito personal. Todos felices, pero dormidos.

3- Los modelos intermedios y el espejismo del equilibrio

“Bueno —dirás—, entonces el camino está en el medio.” En el igualitarismo moderno.
Sí, en teoría. Pero incluso los países más “equilibrados” han visto cómo la desigualdad se cuela disfrazada de meritocracia.
Suecia, Islandia, Noruega, países modelo que hoy viajan hacia desigualdades crecientes y burbujas de bienestar donde el mérito depende del "código postal": la desigualdad no está en los sueldos, si no que en el patrimonio y en quienes entran o no a la educación superior (sin contar con nuevas brechas salariales por el aumento de la inmigración).

El problema, de nuevo, no está en la estructura sino en el individuo. Si no fortaleces la mente crítica, si no formas ciudadanos conscientes, el sistema (sea cual sea), terminará devorando a su propia gente.

Por lo mismo Huxley decía: “La libertad no puede ser otorgada, debe ser conquistada.”

Y conquistarla implica pensar. Cuestionar. Dudar. Algo que el mundo feliz, de izquierda o de derecha, detesta.

4- La desigualdad como síntoma, no como enemigo

La desigualdad no debe ser vista ni cuestionada como una cifra del Banco Estado por que es un reflejo humano o, mejor dicho, un espejo social.
Y es curioso que además, en la era de las redes sociales, donde todos pueden opinar, mostrar, comparar, la desigualdad ha dejado de ser económica para volverse emocional, incluso sentimental.
Ya no nos duele que alguien gane más, sino que tenga más visibilidad, más atención, más “likes”. Mientras que aplaudimos detrás de nuestros teléfonos y computadores a quienes tiene más likes por ayudar a los más desfavorecidos.

El intento de eliminar la desigualdad social sin atender la desigualdad del sujeto (la del pensamiento, la autoestima, la conciencia), solo produce una masa de individuos dóciles que piden que alguien piense por ellos, ¿Quién se lee 204 páginas de un republicano o 54 páginas de una comunista que no logra defender sus ideas en un debate? Solo fanáticos o eruditos del tema. Sí, usen a mi amigo ChatGPT para que resuma todo, ¿Cómo? ¿Es tu amigo también?

En esto radica la tragedia: nos hemos vuelto expertos en hablar de justicia social, pero analfabetos en justicia personal y expertos en redes. Al final, solo somos como moscas, tocamos la superficie de la mierda mientras nos frotamos las patas tras haber encontrado la verdad.

“El precio de la uniformidad es la pérdida de la humanidad.” – Huxley

5- El antídoto: fortalecer al individuo

Huxley no fue solo un pesimista, fue un realista lúcido. En sus ensayos advertía que el verdadero peligro no era el control, sino la renuncia voluntaria a pensar.
Y eso es lo que seguimos haciendo cuando reducimos la desigualdad a un debate político en vez de un desafío moral y educativo.

Fortalecer al individuo debe ir más allá de discursos liberales o socialistas de reels y también debe significar el enseñar a pensar, a dudar, a decir “no” aunque todos digan “sí”.
Formar a individuos criteriosos para enfrentar un sistema desigual sin perder su dignidad.

“Los individuos no aprenden mucho de las lecciones de la historia, y esa es la lección más importante que la historia tiene que enseñar.” – Huxley

Y si no aprendemos ahora, volveremos a repetir la historia… pero con mejor tecnología y peores excusas.

¡Y claro! Quién soy yo para dar respuestas. Pues nadie. Solo me he convertido en un observador desde esta silla y tal vez una especie de espejo roto, abandonado en medio de la Alameda.

En esta era donde todos dicen buscar igualdad, cada quien busca en realidad algo distinto: seguridad, reconocimiento, pertenencia, poder.
Y mientras el individuo siga débil, la desigualdad, tire donde tire, seguirá siendo fuerte.

“Quizás la civilización no sea más que un intento de hacer soportable lo insoportable.” – Huxley

Quizás el verdadero problema no sea la desigualdad ni la igualdad, sino que dejamos de pensar por nosotros mismos.
En un mundo donde todos opinan, ¿quién se atreve a tener una idea propia sin esperar aprobación digital?