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De Yessenia - Qué entendemos por ansiedad y depresión
Entendiendo lo invisible
Hay dolores que, por la evolución, por la costumbre o por la necesidad aprendieron a no gritar. Se les enseñó a no sangrar. A que, si no se ven en radiografías o no se explican con facilidad, no existen. A que si sale del precepto social, estas no tienen presencia pero, ¡Noticias! Están ahí. En ese cuerpo desgastado que no quiere levantarse, en el pensamiento que corre sin parar, en la mente que se pregunta si todo esto tiene sentido.
La ansiedad y la depresión "son modas", "son excusas", "son debilidades". Sí, para mi esperpento azar lo he escuchado y lo he leído. ¡Nada más lejos de la sustancia! Son condiciones reales, complejas, y profundamente humanas. Afectan a todo espectro de personas: a niños, adultos, profesores, trabajadores, deportistas, artistas. No distinguen edad, clase social ni nivel educativo. Y sin embargo, siguen siendo invisibilizadas, malinterpretadas o reducidas a frases como “échale ganas” o “todo está en tu cabeza”. En lo personal, frases que realmente detesto.
Este tema surgió gracias a una pregunta de Yessenia, profesora de lenguaje en enseñanza básica, con quien conversamos y compartimos ideas basado en el comportamiento emocional de sus alumnos. Para responderle con mayor profundidad, conversé con mi hermano (psicólogo laboral y deportivo). Aquí su introducción:
“A grandes rasgos, la ansiedad es ese miedo o temor al futuro, a lo que viene. Es ponerse en la mente un montón de escenarios —a veces improbables— que nadie sabe si van a pasar: ‘me voy a morir’, ‘me va a ir mal’, ‘me van a rechazar’. Es también, por otro lado, querer que todo salga bien, lo que genera estrés anticipatorio. Cuando ese estrés es muy intenso, abruma y aparecen síntomas como temblores, palpitaciones, sensación de muerte, sudoración, mareos, dolores de cabeza.
La depresión, en cambio, tiene más que ver con el estado de ánimo: falta de ganas de hacer las cosas, de levantarse, de salir. Se relaciona con sentimientos negativos, irritabilidad, pérdida de sentido. Lo que antes te gustaba, ya no te interesa. Todo se vuelve pesado.”
Yessenia: la profesora que escucha más allá de las palabras
Yessenia no es psicóloga, pero en la práctica ha aprendido a entender nociones de la psicología. Día a día interpreta gestos, silencios, cambios de ánimo. Ha desarrollado una sensibilidad que va más allá del currículum ya que, como me dijo ella, ser profesora es algo que le apasiona. Sabe cuándo un alumno no está bien, aunque diga que sí. Sabe que la tristeza no siempre se expresa con lágrimas, y que la ansiedad no siempre se nota en el cuerpo.
Ella me contó que muchas niñas y niños no saben nombrar lo que sienten. Que algunos se enojan sin razón aparente, otros se aíslan, otros se ríen de todo. Y que detrás de esas conductas ha aprendido a hacer una pausa y ver si hay miedo, frustración, angustia y cualquier emoción o sentimiento que intervenga con el quehacer de sus alumnos. Por eso, Yessenia es realmente alguien que escucha. El rol de un profesor debiese dejar de ser su significado etimológico: "El que profesa" o "El que declara públicamente". Debe ser también quien acompaña.
Y eso, en un sistema educativo que muchas veces prioriza resultados por sobre emociones, se convierte en algo subversivo.
Ansiedad y el peso del futuro:
La ansiedad es una respuesta natural del cuerpo frente a situaciones percibidas como amenazantes. Es parte del sistema de defensa: prepara al organismo para enfrentar o huir. Pero cuando esa respuesta se vuelve constante, intensa y desproporcionada, hablamos de un trastorno de ansiedad.
Según la Organización Mundial de la Salud, los trastornos de ansiedad son los más comunes del mundo, afectando a más de 359 millones de personas. Si esa cifra no te hace dudar de que la ansiedad existe, cuestiónate realmente si lo que está absorbiendo tu conocimiento es gracias a las películas de Disney modernas. Tal vez dejar de pagar el plan te haga bien.
¿Cómo se manifiesta?
Miedo excesivo ante situaciones cotidianas.
Pensamientos repetitivos sobre escenarios negativos.
Palpitaciones, sudoración, temblores.
Sensación de muerte inminente o pérdida de control.
Evitación de lugares o personas por temor a “sentirse mal”.
Dificultad para concentrarse o dormir.
La ansiedad va más allá de solo “estar nervioso” o "ser acelerado". Vivir en alerta es una constante y sentir que algo malo va a pasar, aunque no haya prueba de ello, se vuelve en el pan nuestro de cada día. Es aquello que hace que el cuerpo reaccione como si estuviera en peligro, incluso cuando estás en tu casa, en clase, o en el trabajo.
“La ansiedad es el miedo al futuro, a lo que viene. Es crearse escenarios que nadie sabe si van a pasar.” — Christopher Silva, Psicólogo.
¿Qué la causa?
Factores genéticos y neuroquímicos.
Experiencias traumáticas o estresantes.
Presión académica, laboral o social.
Ambientes familiares inestables.
Uso excesivo de redes sociales y exposición constante a estímulos.
La buena noticia: existen tratamientos eficaces. Terapia cognitivo-conductual, mindfulness, medicación en algunos casos, y sobre todo, acompañamiento. La ansiedad no debiese ser una lucha en soledad como tampoco lo debiese ser la depresión. No olvides que la fortaleza radica en atreverse a decir, a exteriorizar el problema, no a hundirlo más en tu cabeza.
Depresión el presente gris
La depresión, también llamada trastorno depresivo mayor, es una condición que afecta el estado de ánimo, el pensamiento y el comportamiento. No es la tristeza común. Es una pena, una melancolía profunda, insistente, que interfiere con la vida diaria.
Según la Revista Médica de Chile, una de cada cinco personas la experimentará en algún momento de su vida, y se espera que sea la principal causa de discapacidad en el mundo para 2030. Discpacidad al interferir con el desarrollo de la vida diaria.
¿Cómo se manifiesta?
Falta de energía o motivación.
Pérdida de interés en actividades que antes se disfrutaban.
Irritabilidad, aislamiento, llanto frecuente.
Cambios en el apetito y el sueño.
Sentimientos de inutilidad, culpa o desesperanza.
Pensamientos suicidas (en casos graves).
La depresión no siempre se ve, probablemente casi nunca. Invisible ante los ojos de quienes no han interactuado con el trastorno. A veces la persona sigue trabajando, estudiando, sonriendo. Pero por dentro, todo pesa. Todo cuesta. Todo duele.
“Todo lo que hacías ya no tienes ganas de hacerlo. No hay sentido.” — Christopher Silva, Psicólogo.
¿Qué la causa?
Factores genéticos y desequilibrios químicos en el cerebro.
Pérdidas afectivas, rupturas, duelos.
Estrés crónico, enfermedades físicas.
Abuso, negligencia, violencia.
Falta de redes de apoyo.
Contra el optimismo obligatorio
La depresión no se cura con frases motivacionales, con discursos obtusamente optimistas. No desaparece porque alguien te diga “todo pasa por algo” o “pon de tu parte”. No se disuelve con un café, ni con un “vamos que se puede” escrito en tipografía cursiva sobre un fondo de playa caribeña.
La depresión no se combate con coaching de Instagram ni con influencers que jamás han sentido el peso de no querer existir. No se sana con consejos de gente que confunde tristeza con flojera, ni con jefes que creen que “la actitud lo es todo”.
Invalidar el dolor emocional se convierte en ignorancia. Estupidez simbólica. Es decirle al otro que su sufrimiento no merece espacio, ni tiempo, ni atención y convertir el malestar en culpa. Y eso, lejos de ayudar, lo profundiza.
“Si estás deprimido, sal a correr.” “Es que no tienes fe.” “Yo también estuve mal, pero me puse las pilas.” Já.
Estas frases para nada son apoyo, son un órgano de necedad disfrazada de consejo. Son el equivalente emocional de decirle a alguien con fractura de pierna que “camine con ganas”. De hecho, me lo dijeron un par veces dentro de las miles de fracturas que he tenido en mi vida.
La depresión se trata con psicoterapia, con apoyo médico, con redes reales: amigos verdaderos, familia dispuesta a todo y personas que han pasado por ello. Y sobre todo, con respeto. Con silencio cuando no se sabe qué decir. Escuchando cuando el otro no puede hablar. Con presencia cuando el mundo se vuelve inhabitable.
Porque si no puedes entender el dolor del otro, al menos no lo maquilles con frases de tazas del mall chino. No lo conviertas en eslogan. No lo uses para sentirte superior.
Lo que sí ayuda
Este no viene en formato de eslogan. No se imprime en tazas ni se comparte como reels motivacionales. Lo que sí ayuda es más lento, más incómodo y, claramente, más humano.
Psicoterapia: el espacio donde el dolor se reconoce
La terapia no es magia, para nada. Es método y años de ciencia y un espacio donde el sufrimiento se puede decir, se puede compartir. Donde el caos se comienza a organizar. La terapia ayuda porque no simplifica. Porque no te dice “todo pasa por algo”. Te pregunta por qué está pasando y te acompaña a entenderlo.
Apoyo médico
La depresión y la ansiedad tienen correlatos neuroquímicos. No son solo “mentales”. A veces, el cerebro necesita ayuda. Y eso para nada es debilidad puesto que entramos al terreno de la fisiología. El uso de medicamentos —cuando es indicado por profesionales— puede ser clave para estabilizar, para recuperar el ritmo, para volver a sentir que se puede. Negar esa posibilidad por prejuicio es como decirle a alguien con diabetes que no tome insulina porque “todo está en su actitud”. Já.
Redes reales y que predomine la presencia, no los consejos:
Lo que ayuda no es decir “ánimo”. Es estar. Es preguntar sin invadir. Es acompañar sin exigir. Las redes reales —amigos, familia, comunidad— no tienen que saber qué decir. Solo tienen que estar dispuestas a escuchar, a sostener y validar de ser necesario. El dolor compartido no desaparece, pero da paso a un lugar más confortable.
Y por supuesto, finalmente lo que ayuda es saber, leer, informarse para dejar de repetir mitos. La ansiedad no es “ser exagerado”. La depresión no es “ser flojo”. Cuando entendemos, dejamos de actuar como simples ignorantes y con ello podemos comenzar a formar el criterio del cuando es el lugar y del cuando cuidar.
Bibliografía
Ansiedad:
OMS - https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/anxiety-disorders
APA - https://www.psychiatry.org/patients-families/anxiety-disorders/what-are-anxiety-disorders
Revista Médica de Chile - https://www.revistamedicadechile.cl/index.php/rmedica/article/view/11174
Depresión:
OMS - https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/depression
Revista Médica de Chile - https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0034-98872022001101419
NIMH - https://www.nimh.nih.gov/health/topics/depression
Combatir la Depresión
Previo a mi accidente, nunca me detuve a entender mis emociones ni a darles tiempo; mucho menos me di el espacio para conocer por qué sentía lo que sentía. Me dedicaba a llevar mi cuerpo al límite, siempre compitiendo conmigo mismo, hasta donde podía llegar, y a entender el mundo exterior: mochileaba, viajaba en moto, subía al primer cerro que encontraba —El Cerro La Ballena era mi predilección—, y buscaba respuestas en todos los libros que podía devorar. Creía que la filosofía nietzscheana o sartreana tenían las respuestas del existencialismo, del porqué estamos aquí, del porqué nacimos. Entrenaba y trotaba a diario porque, según yo, eso me conectaba con mis pensamientos. Probablemente me concentraba más y dejaba que mis ideas revoloteasen por donde quisieran en los recovecos de la mente, siempre estando solo. Amo mi solitud. Pero todo eso era la "Gran Fachada" que viví durante 34 años.
Al momento del accidente, fue pura adrenalina. En el hospital todavía tenía la mentalidad competitiva: quería demostrarme hasta dónde podía llegar. Por eso comencé a prepararme para dar la PAES y entrar a la universidad, convencido de que podía hacer todo lo que me propusiera. El paraatletismo, al principio, también fue parte de esa misma lógica: entrenar duro, competir, mostrarle al mundo que era fuerte y que nada me detenía. Pero con el tiempo entendí que todo eso, igual que antes, también era parte de la "Gran Fachada". No había tiempo para las emociones; sentir era perder progreso. Y así siempre estuve existiendo en un lugar termendo y oculto a mis ojos.
Sí, el mundo exterior, ¿Y el mundo interior? Comencé a notar que, poco a poco, me iba enamorando del deporte. Ya no como una demostración hacia afuera, sino como una experiencia profundamente personal: entrenar porque me conecta conmigo, porque me da disciplina, porque me devuelve energía. Dejé de verlo como un escenario donde debía probar algo y lo convertí en un camino de crecimiento. Lo mismo pasó con los estudios: finalmente no entré a la universidad, porque también decidí escucharme y elegir mis propios caminos. Me dediqué de manera autodidacta a la programación, entendiendo que no tenía que cumplir con un molde preestablecido para validar mi capacidad. Elegí lo que de verdad quería, lo que me hacía sentido, lo que me hacía sentir vivo.
Fue ahí cuando empecé a aprender y a usar herramientas concretas para combatir la depresión, no eran pociones mágicas, lo sabía, sino que prácticas que me permiten acompañarme y vivir por sobre existir el día a día. Primero: sentir mis emociones. Cuando aparece la pena, no la empujo; la dejo entrar, la dejo pasar por mi cuerpo y la dejo ir. Me permito llorar —llorar es un arma valiosa, una aunténtica—. Me siento en la cama o en una silla, llevo la atención a los sentidos y pienso: “está bien que esto pase por mí; pero también deben irse, como todo en el mundo”.
Otra herramienta práctica: rutinas pequeñas e inquebrantables. Si no tengo ganas de bañarme, me obligo a poner la toalla sobre la cama y abrir el agua; el ritual pequeño arrastra la inercia. Si el día es pesado, me pongo micro-metas: levantarme, tomar agua, preparar algo para comer, salir cinco minutos al balcón o asomarme a la ventana. Celebrar lo mínimo crea pequeñas señales de logro que, con el tiempo, suman.
Movimiento: no siempre se trata de forzar entrenamientos extremos —la Gran Fachada— sino de movimientos que me reconecten con el cuerpo sin exigirle nada. Un minuto de estiramiento, una caminata corta, o una sesión de electroestimulación cuando toca; todo suma. También uso la escritura: dos o tres minutos para vomitar lo que tengo en la cabeza sin estructura ni corrección. A veces lo quemo; otras lo guardo. La idea es vaciar la olla para que no hierva.
Conexión: pedir ayuda y decir lo que necesito con un trasfondo que solo conocen quienes de verdad necesito. Aprendí a poner límites con quienes no generan seguridad emocional y a acercarme a quienes me sostienen aunque sea con silencios.
Y obvio, mi medicina especial que guardo cuando necesito mandar todo a la mierda: mi playlist. La vastedad de Led Zepellin, la furia de Zakk Wylde, el soundtrack de Cyberpunk Edgerunners y finalmente la melancolía necesaria de Gibran Alcocer y Ludovico Einaudi.
Algo que me ayudó mucho fue aceptar que la solitud elegida es distinta de la soledad impuesta: la primera nutre, la segunda vacía. Si me doy cuenta de que estoy en soledad, busco (todavía con temor) el contacto aunque sea por texto; si quiero mi espacio, lo pido. No es debilidad ni manipulación; es inteligencia emocional.
No todas las mañanas serán buenas. No todas las semanas mejoran linealmente. Hay recaídas, días en que todo pesa, y eso no significa que he fracasado; significa que sigo vivo y que mi sistema está procesando. Cuando la oscuridad es muy intensa —si aparecen pensamientos intensos e intrusivos — ya sé cómo manejarlos.
Hoy puedo decir que combatir la depresión es un ejercicio cotidiano de honestidad conmigo mismo: dejar entrar lo que siento, nombrarlo, sentirlo con el cuerpo, dejarlo salir y volver a intentarlo al día siguiente. Me costó entender que no tenía que demostrar que soy capaz de todo para tapar las grietas de mis dificultades, solo aprender a acompañarme. Si algo te toca de lo que cuento, prueba una de las pequeñas herramientas que uso: deja que la emoción entre, pásala por tu cuerpo y déjala ir. Respira. Llora si tienes que llorar. Haz una micro-tarea y repítela mañana. Eso basta para empezar a cambiar.